viernes, 10 de mayo de 2019

Aguado, Príncipe de Sevilla.

Tarde para la historia la vivida este viernes 10 de mayo en la que un chaval sevillano licenciado en Administración de Empresas por La Universidad Hispalense de Sevilla crujió los cimientos de la Real Maestranza de Caballería. Pablo Aguado toreaba en su ciudad natal con dos figurones como son Morante de la Puebla y Roca Rey. La ganadería llevaba el nombre de Jandilla.


                         


Atisbamos los aficionados las buenas maneras del joven Pablo hace un tiempo en una novillada matinal en la localidad extremeña de Olivenza. Poco después, se presentó ante la cátedra venteña y confirmó aquello que demostró en la plaza oliventina. A partir de ahí fue creciendo como torero y puliendo su concepto hasta llegar a su alternativa en Sevilla y una posterior confirmación como matador de toros el pasado Otoño en Madrid en una faena de raza y valor ante los toros de Victoriano del Río. A lo largo de estos años ha embelesado a los aficionados más exigentes con ese toreo clásico y puro que no pasa de moda.
Llegó Aguado al Baratillo sabiendo que era una tarde excepcional y no podía fallar. Y no falló. Desde que abrió los vuelos de la capa, dictó una lección magistral de cómo se debe torear. Manejaba las telas con precisión y suavidad. Mecía la embestida llevando al toro cosido en la bamba del capote. La suerte cargada y el mentón hundido. La media verónica fue un monumento. Luego se entretuvo en torear por chicuelinas. La mano a media altura guiaba la acometida de la res y al salir el toro de la jurisdicción de su capote, giraba con esa gracia sevillana que pocos matadores poseen. Una vez cambiado el tercio, con la espada y la muleta se dispuso a empezar su obra. El inicio de la faena fue precioso. Fueron unos doblones a media altura con mucha torería. Siguieron unas tandas muy asentado y relajado. Con los flecos de la franela se ajustó al toro en un trasteo ceñido y muy ligado.


                         

Guiaba la embestida del Jandilla cargando la pierna y llevando al toro hasta detrás de la cadera, donde moría el muletazo. Y en uno de los remates surgió un trincherazo de una belleza inigualable. Pablo tiene el gran don de torear muy bien de frente. Y quiso que lo paladeáramos. Rubricó sus dos obras con otras tantas estocadas. ¡Torero! ¡Torero! exclamaba la Maestranza cuando cruzó a hombros ese umbral llamado Puerta del Príncipe que da al río Guadalquivir con cuatro orejas en su esportón. Algo que no ocurría desde 2012 cuando lo consiguió José María Manzanares, y antes, en 2006 otro sevillano llamado Salvador Cortés logró tan impresionante proeza. Y los sevillanos salieron de la plaza toreando hacia el Real.

Breve y corta ha sido esta crónica, como la faena de Pablo. ¿Por qué? Porque no hacen faltan faenas de veinte minutos cuando con treinta muletazos puedes emocionar a doce mil almas. Eso es lo difícil de hacer y Aguado lo sabe hacer, y muy bien.

Pd: Pablo torea el 18 de mayo en Madrid. No se lo pierdan.

Un saludo a mis lectores.


                Imagen


                (Fotos: Sara de la Fuente y Pagés)


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