martes, 4 de mayo de 2021

Volver.

Ha sido largo. Han transcurrido muchos días; 537 para ser exactos. Es el tiempo que ha pasado entre el día del Pilar y la gravísima cornada que recibió Gonzalo Caballero en el festejo que supuso el fin de temporada en 2019 y la lluvia de orejas del pasado lunes dos de mayo. 

Volví a Las Ventas, a nuestra plaza. Volví a coger el Metro y al salir dirigí la mirada hacia ese arco de herradura que es la Puerta Grande. Volví a ver a mis amigos. Y volvimos a brindar porque ese día volvía a haber toros. Volvimos a subir por el torreón que da directamente a nuestra añorada grada. Y volvimos a sentarnos en esos escaños. 

Volvimos a aplaudir cuando rompió el paseíllo y los toreros dieron los 68 pasos necesarios para llegar hasta la presidencia, que en ese caso recayó en D. Jesús María Gómez Martín. Minuto de silencio, Himno Nacional... y volvió a asomar el esperado pañuelo blanco. Comenzó el festejo. ¡Por fin!



Abrió plaza Diego Ventura. El caballero hispano-luso hizo las delicias de los espectadores. Es Diego un torero que se debe al público. Y lo sabe. Volvió a hacerlo enloquecer. El toro que le tocó en suerte de la familia Capea fue noble tuvo tranco y buen galope. Adornos, quiebros imposibles en el último segundo, pares de banderillas sin el bocado... La plaza era un alboroto gracias a caballos como Lío, Nazarí y Guadalquivir. Acertó con el rejón de muerte y cortó dos orejas. 


Y hablando de volver... volvimos a ver a Florito. O mejor dicho, a sus bueyes. Enrique Ponce pechó con un toro de Juan Pedro Domecq, una de sus ganaderías predilectas, llamado Triguero que no se tenía en pie y fue devuelto. Salió Triguero II y evidentemente no podía ser menos que su hermano. Inválido y por lo tanto a corrales. Aquí empezó el jaleo. Sin explicación alguna, el festejo se empezó a demorar; autoridad y matadores hablaban en corrillos y había tumulto en la puerta de toriles. Se empezó a barruntar la idea de cómo se solventaba la situación pues Enrique necesitaba un tercer sobrero. Así que las dudas se despejaron en cuanto se vio el cartel anunciador del animal en cuestión: el toro que lidió el valenciano estaba preparado como sobrero para Diego en caso de que el titular fallase. Ponce fue silenciado. Aquella murubeña res tampoco fue un dechado de casta y emoción. Faena insulsa y larga, muy larga. Se empeñó el levantino en pegar pases si ton ni son. Don Jesús acabó dándole un aviso. 


Volvimos a ver a Julián. Y dictó cátedra. De por qué es máxima figura. Estuvo sembrado. Su toro de Garcigrande fue un carretón que metía la cabeza y humillaba. Y Juli, que se conoce mejor esa ganadería que su número de DNI, cuajó a placer aquel toro. Las verónicas fueron excelsas. Mecía las telas y embarcaba las embestida. Mandaba, templaba y ligaba. Fueron un ramillete de lances que pusieron la plaza en pie. Me gustó su quite después del no puyazo, porque en general se picó poco, y de nuevo, por verónicas. Lo mismo. Temple y cadencia. Hace mucho que no recuerdo unas verónicas tan mecidas como las que dio Julián López "El Juli" en este ruedo. Y acostumbrados a ver a aquel Julián doblado y descoyuntado, pegando profundos y largos muletazos, toreó erguido, natural sin descomponer la figura. No sé si fueron mejores los que dio con la zurda o con la derecha. Mando y dominio. La clase y fijeza del animal hicieron el resto. Cerró con unas toreras trincherillas y tras un gran espadazo, cortó las dos orejas. A mí no me hubiera importado que se diese la vuelta a Picante en el arrastre. Merecida ovación a aquel toro salmantino. 



Volvimos a ver a Manzanares. Y varios años después, pues el alicantino lleva un par de temporadas sin dejarse ver por la Villa y Corte. El toro que eligió de Toros de Cortés, el segundo hierro de la ganadería madrileña de Victoriano del Río dio mucho que hablar. De presentación era impecable. Un torazo. Para unos fue encastado y exigente, para otros un bravucón que daba cabezazos sin entrega ni nada. Después de pensar mucho y debatir con mis amigos, yo me decanto por esto último. Sea como fuere, Manzanares sudó la gota gorda. En mi opinión, no terminó de hacerse con esta res. Cortó una oreja gracias a una buena estocada.                                                                           


Volvimos a ver a Perera. Uno de los triunfadores del ciclo isidril de 2019 tras desorejar a Pijotero de Fuente Ymbro. Y en este día eligió de nuevo un toro de esta ganadería gaditana; de nombre Belicoso.  Emocionaron a los madrileños sus templadas chicuelinas y la lenta revolera con la que remató ese quite tras el no puyazo. Lo mejor fue el inicio de muleta. Acostumbrados los más avezados a esos péndulos que suelen dar Castella o Roca Rey y Perera entre ellos al inicio de la faena de muleta, Miguel Ángel rizó el rizo pues lo hizo de rodillas. El toro iba largo y con nobleza. No es el de Puebla del Prior un torero de mi predilección pero hay que decir que tiene un sentido del temple como pocos en el escalafón. Varias tandas muy despaciosas pero sin alma por ambos pitones dio el extremeño antes de pegar una estocada caída. Cortó otra oreja. 


Volvimos a ver a Ureña. Otro de los triunfadores junto a Perera de aquel ciclo de 2019 y que también salió a hombros. Era al que más ilusión me hacía ver. Pero no pudo ser. Eligió el de Lorca un toro de Vegahermosa llamado Rugidor. Sosaina el animal y Paco sin verlo claro, fue una lidia sin historia. No fue la tarde del murciano. Le seguimos esperando.                                                        


Cerró este largo festival un novillero. Y no diré volvimos porque debutaba en Madrid. Un chaval formado en la escuela taurina de la capital. Acaba de empezar su carrera. Pero yo sí quiero volver a verle. Se las vio con Canelo, un novillo de El Parralejo. Y estuvo en novillero, o sea, en actitud de querer luchar y llegar lejos en esta dura profesión. Es más, todos estos años viendo a los noveles en el caluroso verano madrileño, me atrevería a decir que después de Roca Rey en aquel deslumbrante debut en la plaza madrileña en 2015, a Isaac Fonseca en la final de escuelas en 2018 y a los toledanos Ignacio Olmos y Tomás Rufo en 2019, que además consiguió abrir la puerta grande, no recuerdo otros chicos con ese hambre y esas ganas de triunfo. Largas cambiadas de rodillas, quite por gaoneras, un revolcón, los bellos naturales llevando al toro hasta detrás de la cadera... Lo único, a mi juicio, que pecó el jovencisímo torerillo fue de agobiar al animal en vez de darle un poco más de espacio. Mató bien y cortó una oreja.


Volví a disfrutar de las cuadrillas. De varios buenos pares de banderillas que fueron los siguientes: Álvaro Montes en el tercero, Javier Ambel en el quinto, de Curro Vivas en el sexto y de Luis Miguel Ortega al séptimo.  Y de un gran puyazo: el de David Prados al último de la noche.


Y cómo no, volvieron los plastas, pelmazos, pesados... (llaménlos como quieran), buscando su segundo de gloria: los de "viva España", "viva Franco", "viva la Legión", "viva el Rey", "viva Ayuso", "viva mi alcalde", "viva Almeida",  "viva el vino", "viva Extremadura" mientras toreaba Perera... Pero volvimos, y eso es lo vital. La plaza de Madrid es plaza de temporada y es esencial que vuelvan los festejos, ya no por ganas del aficionado sino por necesidad de la tauromaquia. Que vuelvan las figuras, que toreen los modestos, que los que no tienen sitio en las ferias tengan una oportunidad de demostrar su valía, que lidien las  muchas ganaderías que pueblan nuestras dehesas. Nos guste o no hay normas que hay que cumplir, y este lunes se vio perfectamente en la plaza más grande de Europa, que la gente colabora y aguanta pacientemente las normas que se impongan. Porque poder dar toros, se puede. Otra cosa es que se quiera. Porque volver, volveremos. 


 (Fotos: el autor, Las Ventas y Luis Olmedo).


No hay comentarios:

Publicar un comentario