viernes, 22 de octubre de 2021

Chenel en el recuerdo.

Se cumple una década del fallecimiento de un torero con mayúsculas: Antonio Chenel Albadalejo, Antoñete en los carteles.

Hubo una época en Madrid en que el fútbol era algo secundario. O el baloncesto. Y otras muchas cosas. En aquellos años 80, que marcaron una manera de pensar y actuar en la sociedad española que abanderaron principalmente las generaciones más jóvenes que vivieron con intensidad aquella década, la vida giraba en torno a la Fiesta. Se hablaba de toros en el metro, en las tabernas, en la calle, en los comercios, en los medios de comunicación... y gracias al auge de la Escuela Taurina situada en la Casa de Campo, hizo sino aumentar la afición de miles de muchachos que soñaron con ser toreros y que la tauromaquia estuviese presente en la vida cotidiana de muchos madrileños. La empresa Chopera, una de las grandes casas que ha habido, gestionó durante aquellos años la catedral del toreo. Y su brillante trabajo fue el responsable de que muchos se aficionasen al arte de Cúchares. Hubo muchísimos toreros que durante esos 80 hicieron de esa década una etapa absolutamente apasionante en la historia de la Fiesta pero hubo uno de Madrid fue el que de verdad movió a aquellas masas de aficionados: Antoñete.


Ante la Virgen de la Paloma en la capilla de Las Ventas. Momentos previos...

En aquellos movidos años, la gente salía con resaca del Rock-Ola y se iba a Las Ventas. La plaza se llenaba de "chupas de cuero" para ver al torero del Mechón. ¿Y por qué? Porque tras unos años de hastío y vulgaridad, Antoñete volvió tras unos años retirado y, como cuando a un niño que no sabe nada y empieza por aprender las vocales, volvió a la base, o sea, a enseñar a aquella afición tan severa el toreo más clásico y más puro a la vez que sencillo, sin alharacas ni excentricidades. Los rockeros, los poetas, los "punkis", los músicos, los que empezaban a interesarse por la tauromaquia, los aficionados cansados de mediocridad... vieron en Chenel el toreo de siempre. Faenas como las que hizo a Danzarín o Cantinero, fueron un bello ejemplo de lo que es torear. Él fue el faro de esa generación. Por ejemplo, Gabinete Caligari se inspiró en la tauromaquia para componer canciones y hasta "El Fari" dedicó un tema al genial torero madrileño.

"Más que macarras, ¡castizos! Íbamos a los toros". Yo voy a los toros desde que tengo siete años, me llevaba mi padre que era crítico taurino. El ambiente, ver los toros, salir de los toros, y la caña, el carajillo e invitar a una chica a los toros. 
"Estaba de moda Antoñete. Y en los ochenta, Las Ventas se llenaba de cazadoras de cuero. Te juro que venían de Rock-Ola de resaca para ir a ver a Antoñete".
Jaime Urrutia.
 

                     ...Y después de rezar, apurando el último cigarro...  Luciendo su eterno malva y oro.

Pero... ¿Por qué era tan especial? ¿Se toreaba peor o mejor que cuando no estaba Antoñete? ¿Qué tenía Chenel que no tenían los demás? No era cuestión de ser mejor o peor. Resumidamente, puedo decir que la cuestión eran sus formas, el conocimiento del animal al que daba más protagonismo etc. Antonio daba distancia, citaba al toro y cargaba la suerte en el último suspiro. Sus faenas eran cortas, pero sus muletazos eran macizos y rotundos. Su torería llenaba la plaza y su actitud, chula y castiza, enamoraba a aquella afición. Y ésta, era absolutamente fiel. Ya fueran tardes de gloria o tardes silenciosas, todos esos madrileños no se perdían ni un sólo día en el que Antonio se anunciaba en Las Ventas.


Así citaba al animal. Siempre de frente, con clasicismo, pureza y torería.  

Nació nuestro protagonista en Madrid en 1932, y con siete fue acogido en casa de su cuñado Paco Parejo, el cual era mayoral en los corrales de la plaza de Madrid, por lo que Antonio, (que por aquella época aún no era Antoñete), conoció el toreó y aprendió todo lo que Paco le enseñó. A base de ver entrenar a los toreros de aquel entonces, se le metió el gusanillo del toreo y con un saco viejo se cosió él mismo su primera muleta.

Llegó el día en el que Parejo le apuntó a la parte seria del Bombero Torero y sin apenas experiencia, dejó boquiabiertos tanto a su cuñado como a los profesionales que allí estaban por cómo toreó la becerra.  Se doctoró en Castellón con 21 años. Sus años de novillero y los primeros de matador, toreó y se curtió pero sin que nada extraordinario ocurriese. No despuntaba. En su segunda tarde en Madrid cortó tres orejas pero ni aún así conseguía despegar: cornadas, muchas lesiones, la indiferencia de los empresarios... Antoñete apenas toreaba así que pensó seriamente pasarse a la fila de los banderilleros. Hasta que llegó el año 1965 y el 8 de agosto le corta dos orejas a Flor de Malva, un toro de Félix Cameno en Madrid. Un año después, en la feria de San Isidro, bordó el toreo con Atrevido, un animal de Osborne. Si no fuera porque no acertó con la espada, habría cortado el rabo. Está considerada como una de las grandes faenas en la historia de la plaza de la calle de Alcalá. Volvió el infortunio, pues la mala suerte se cebó con él. Siguieron unos años sin historia y en 1975 tras matar discretamente seis toros de Sánchez Fabrés en Las Ventas tomó la decisión de retirarse. Viajó a Venezuela y gracias a unos ganaderos que le acogieron, se recuperó anímicamente tras esos años sin apenas éxitos y empezó a coger sustituciones de las figuras españolas cuando no podían torear en aquellas plazas por los motivos que fueren. 


La media verónica a Atrevido. Así remataba Chenel el principal lance de capa.
Legendario trasteo conocido como "la faena al toro blanco".

Sus triunfos en ultramar resonaban con fuerza en la Madre Patria y regresó en 1981. Aquel mismo año hizo el paseíllo en la Villa y Corte dejando retales de buen toreo. En 1982 su carrera comenzó, por fin, a despegar: le cortó dos orejas a Danzarín de Garzón y la crítica fue unánime. La afición se rindió al torero. El 7 de junio de 1985, tras tres años sin grandes triunfos en la capital, vuelve a dictar una lección. Le cortó las dos a Cantinero, de la misma ganadería que Danzarín y tras ese triunfo, se retiró brevemente. Siguió toreando un año después pero sin dejar faenas estelares. Aún así, movía masas de aficionados. En el 88 firmó su última gran actuación en el coso venteño con un toro de D. Álvaro Domecq llamado Siestecita y no volvió a torear en Madrid. Durante aquella década, toreaba cuatro y hasta cinco tardes en el ruedo capitalino por temporada.

                                          

                                   Natural a Cantinero. 7 de junio del 85. Ese día cortó tres orejas.

Diez años más tarde, exactamente en junio del 98, el día de San Juan y para celebrar su sexagésimo sexto cumpleaños hizo un regalo inolvidable a la afición: abrió Las Ventas y mató dos toros altruistamente. En agosto del año siguiente dejó muletazos para el recuerdo en Antequera en una tarde que se intuía insuperable pues toreó con Curro Romero y Rafael de Paula. Y ese mismo otoño, en Jaén, volvió a reverdecer laureles obsequiando a los jiennenses dos obras inigualables. Su delicado estado de salud, sumado a dos pulmones que rebosaban nicotina, dijo basta en Burgos de 2001. En mitad del festejo, tuvo que ser atendido por problemas respiratorios. Dejó de impartir cátedra en los ruedos pero siguió haciéndolo en televisión. Fiel compañero de Manuel Molés en Canal Plus, deleitó durante los 90 (mientras seguía en activo) y 2000 a los abonados a este canal privado. Hablaba poco pero cuando lo hacía dejaba enseñanzas que seguramente nadie olvida. No fue figura, como tampoco fue un torero de muchos festejos y altos datos numéricos. Fue algo más que figura del toreo, tiene Chenel otro título que reciben esos matadores que por su personalidad y carisma atraen a los aficionados: torero de culto. Ser figura puede serlo cualquiera, pero ser un torero que marque una época y quede en el recuerdo de generaciones posteriores, es mucho más difícil. Él lo es. 

En Madrid toreó un total de ochenta tardes: setenta y siete como matador y tres como novillero. Cortó 32 orejas. Salió siete veces por la puerta grande.

Pero el resumen de este sencillo recuerdo podría ser este vídeo: sus tardes más gloriosas, faenas legendarias... Media horilla de felicidad. Disfrútenlo. 


 
DESCANSE EN PAZ, TORERO



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