sábado, 25 de septiembre de 2021

Diez años sin toros.

Una afición extraordinaria. Una ciudad que llegó a tener hasta tres plazas en funcionamiento: La Barceloneta, Las Arenas (actualmente es un centro comercial) y El Sport, que posteriormente acabó convirtiéndose en la Monumental (en pie y cerrada). Pero no sólo en la Ciudad Condal bullía el toreo, pues en plazas modestas de otros puntos de Cataluña también había (y hay) afición: Olot, Gerona, Tarragona, Vic, Lloret de Mar... En aquella España de los 50 y 60, que en el extranjero nos promocionábamos como "Sun , Sand and Sea", es decir: sol, arena y mar. Empezó el auge turístico de la costa levantina. Atraídos por estos alicientes, los extranjeros se ponían ciegos de arroz y sangría mientras se tostaban al sol. Los empresarios taurinos querían llenar las plazas pero cometieron un error. Buscaban (lógicamente) el éxito económico de aquellos festejos taurinos a base de una programación que atraía a los extranjeros y al público ocasional pero en cambio echaba atrás a los aficionados habituales a esas plazas. El cántaro se llenó y acabó rebosando. Poco a poco las plazas fueron vaciándose y ese esplendor de años de vacas gordas terminó. Llegaron las vacas flacas. Pan para hoy y hambre para mañana.

 Durante esas décadas y sobre todo en las plazas principales, vieron los catalanes a las figuras de cada época: Joselito, Belmonte, Manolete, El Cordobés, Paco Camino, Puerta, Viti, Robles, Capea, Espartaco, Ponce... Y por supuesto toreros que tuvieron especial tirón y que desataron pasiones como Joaquín Bernadó, José Tomás y, sobre todo, el predilecto de aquella afición: Antonio Borrero "Chamaco". Aquel 25 de septiembre, la afición acudía tristemente a los toros: ese día, Juan Mora, José Tomás, Serafín Marín y los toros salmantinos de El Pilar, se juntaron por última vez en aquella Monumental. 

Diez años de una tropelía. Como tantas otras que se cometen en este país. Cosa que no gusta, cosa que se prohíbe. ¿No gusta una calle? Pues la cambiamos. ¿No gusta una escultura? Pues la derribamos. ¿No gusta una placa? Pues la quitamos. Todo empezó cuando allá por el año 2004 se decretó oficialmente a Barcelona como ciudad antitaurina. Constantes presiones animalistas lo consiguieron. Un gobierno vendido a estos grupos, hizo realidad el deseo de los antis. Una región que prohíbe las corridas de toros pero que autoriza los toros embolados. ¿Por qué? ¿Cuál es el motivo por el que no se puede dar lidia y muerte a un toro bajo unas reglas y preceptos en una plaza y sí se puede soltar un toro por las calles de cualquier localidad mientras arden dichas bolas céreas en cada pitón? ¿Sufrimiento animal? ¿Identidad cultural? El eterno debate si es por el primero o por el segundo. Si fuese por sufrimiento, no se realizaría ningún evento con animales, pero qué curiosidad que el primero no está autorizado y el segundo sí. Y me paro en este detalle, pues prohibida la tauromaquia no está. La familia Balañá, (dueña de la Monumental y una de las grandes casas empresariales en la historia del toreo) con negocios de naturaleza extra taurina, no quieren follones. Prefieren no dar toros y mantener su imperio que luchar contra viento y marea para que haya corridas ya que el Tribunal Constitucional suprimió aquella ley que en 2010 prohibía los festejos taurinos en suelo catalán. 

Prohibido prohibir. Ese grito que revolucionó París en mayo del 68 y posteriormente más ciudades europeas, llegó a su fin. Es gracioso porque estoy convencidísimo que los que ahora prohíben, son los que en aquel 1968 pedían libertad. Los que estaban cansados de gobernantes que según ellos no dejaban vivir en paz a nadie, son los que ahora amargan la vida a sus ciudadanos. De pedir, a prohibir. Vivimos en una dictadura. En una dictadura de redes sociales, de hacer las cosas de una determinada manera, de formas de pensar... Y una de ellas (y muy preocupante) es el animalismo. Un pensamiento llevado al lado más extremo es el que reina ahora mismo. Dictadorzuelos de tebeo dicen ayudar a los animales a base de leyes absurdas.  

Una vez leí que para ver como está España no hay más que asomarse a una plaza de toros. Y es algo realmente cierto. Un ejemplo: 2008 fue el último año de esplendor. "El Fandi" fue el que más toreó: ciento once tardes. Sí, 111. Todas la plazas daban toros. Hasta el torero más modesto pudo hacer una campaña suficientemente larga como para ingresar un dinero con el que poder mantenerse económicamente viviendo de su trabajo. En esos últimos años de bonanza había riqueza y estabilidad. En 2009 empezó la decadencia en todos los aspectos. Y en todos los ámbitos. Dicen que los toros son crueldad y que generan violencia. Lo que hay que oír.... Yo a esos les contesto que la Ciudad Condal lleva diez años sin ver toros en sus plazas y reina en sus calles la delincuencia, el paro y la miseria. Y va en aumento. Lo veo a diario en Twitter, en la prensa... La gente está harta. Un gobierno obsesionado con la independencia desde hace años como único objetivo ha obviado todo lo demás. Y a la vista está que no les importa. ¿Cómo están las plazas catalanas? Cerradas. ¿Casualidad? No lo creo. Eso sí, Barcelona es ciudad antitaurina así que los animalistas estarán felices porque ya no ven sufrimiento en el ruedo: donde reina el sufrimiento ahora es en las calles, y ya no solo de dicha localidad, si no en otros lugares de Cataluña. 

No creo que volvamos a ver toros en Cataluña. Las presiones animalistas junto al apoyo de las autoridades y sumado a la desidia de unos empresarios que no luchan para que vuelva a saltar un toro a cualquier ruedo catalán, lo impedirán.  Lo que se pierde no se recupera. Mucho debería cambiar para que esto ocurriera. 


La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos.
Don Quijote



                       

             José Tomás y Serafín Marín,
salen a hombros en la última tarde que se dieron toros en Barcelona. 
Foto: Inés Baucels.




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