Hace diez años en Madrid doce tíos se la jugaron sin trampa ni cartón ante seis toros de Victorino Martín: José Ignacio Uceda Leal, Antonio Ferrera y Alberto Aguilar que, junto a sus cuadrillas, cruzaron el ruedo de Las Ventas finalizado el festejo bajo una lluvia de cojines y los abucheos de un público enfurecido.
Recuerdo una corrida dura, exigente y correosa con la que la terna pasó las de Caín. Seis alimañas que pusieron en no pocos problemas a todos los que se pusieron delante. Entre la bronca final, algunos pocos y en pie, ovacionaron a los once valientes que volvieron al hotel por su propio pie. Tragaron lo que no estaba escrito durante dos horas de tensión y terror. Un encierro que trajo Victorino desde Las Tiesas para medir la capacidad de los que hicieron el paseíllo aquel 6 de junio. Un banderillero, Manolo Rubio acabó en la enfermería al final de la lidia del quinto y Aguilar se hirió con la espada en uno de los compases de la lidia.
Injusta e incomprensiblemente sufrieron la ira del público. Ingrato éste, pues no comprendió la aspereza de esos seis albaserradas. ¿Por qué esas protestas?, ¿por qué medir a unos toreros sin tener en cuenta el animal que tenían delante?, ¿es por querer ver siempre esas faenas modernas en vez de asumir que no a todos los toros se les puede hacer las mismas suertes independientemente de la condición de dicho animal? Cumplieron el examen y fueron cruelmente tratados. Quedará en el recuerdo una tarde en la que la aspereza de su juego y el miedo que infundieron esos seis toros que saltaron al ruedo de Las Ventas pusieron a prueba a tres cuadrillas y que éstas cumplieron con creces a pesar de tener en contra todos los factores. La imagen de Ana Escribano vale más que mil palabras: las cuadrillas unidas ante una plaza que se les echó encima.
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