lunes, 3 de agosto de 2020

Un faenón de máxima figura.

Sebastián Castella celebra este año dos décadas como matador de toros. Conoció en sus comienzos la dureza del toreo en los que pulió su personalidad y concepto. Siendo un niño vivió solo en Méjico y posteriormente en Sevilla donde conoció a José Antonio Campuzano, hombre clave en esos años de forja del diestro de Béziers. En sus primeras temporadas dio toques de atención en diferentes plazas. Fue en Madrid donde empezó a sentirse respetado y esperado. Cornadas y faenas importantes jalonan su trayectoria en la plaza de la capital, de la que consiguió salir a hombros por primera vez en el año 2007 cuando por fin descerrajó ese umbral mudéjar que da a la calle de Alcalá tras haber estoqueado un encierro de Valdefresno.

Así que como para hablar de Castella hay que hablar sin duda de Madrid, eso es lo que haré en este artículo. Recordaré una de esas tardes de gloria del francés en la Monumental de Las Ventas. Por ese arco de ladrillo hasta la fecha ha salido cinco veces más a hombros de los madrileños. La que hoy nos ocupa fue justo hace un lustro, en el ciclo isidril de 2015 lo consiguió gracias a la embestida y bravura de un toro de Alcurrucén. Fue aquella una de sus tardes más redondas en la que el francés ratificó su condición de gran figura del toreo.


Madrid es una plaza que impone, su exigencia y público hacen que sea un trago trenzar el paseíllo en este coso para todo el que se viste de luces. En cambio, hay toreros que les sucede lo contrario. Están felices de torear y medirse ante la exigente afición venteña. Por ejemplo, el extremeño Alejandro Talavante o el matador que hoy nos ocupa: Sebastián Castella. Incluso lo han dicho públicamente, soportan esa presión de tener que dar lo mejor de sí mismos. Llegó San Isidro y casi a finales de la feria toreó nuestro protagonista con dos máximas figuras: Morante de la Puebla y Julián López "El Juli". La ganadería era la ya mencionada de Alcurrucén. La plaza estaba a rebosar y en el ambiente se barruntaba una gran tarde de toros. De aquel encierro toledano el único animal que brilló fue el tercero: Jabatillo. Colorado de capa, nacido en septiembre de 2010 y que dio en la báscula un total de 525 kilos de peso. Un excelente ejemplar con el que Sebastián desplegó su tauromaquia.

Como es habitual en este encaste, el toro hizo varios extraños de salida. No se amilanó Sebastián y poco a poco fue haciendo al toro luciéndose en varias verónicas. Tras el puyazo volvió a dar otra serie de lances replicado esta vez por Morante.
En banderillas se empezaron a ver destellos de esas grandes cualidades que el animal tenía guardadas hasta que el presidente cambió el tercio de nuevo y Castella se dirigió al centro del anillo a brindar la faena.


Ahí comenzó algo grandioso. Inició la obra de esa manera tan explosiva y habitual en su repertorio para calentar los tendidos: citando al toro a treinta metros de distancia para cambiar la trayectoria por la espalda en el último segundo. Jabatillo acudió como una exhalación a los vuelos de la franela y Castella le recetó once muletazos que bastaron para poner a Madrid en pie. Ya tenía al público completamente entregado. Volvió a dar distancia porque el toro así lo requería y tras colocarse citó a Jabatillo con la mano izquierda. Fueron dos series de un trazo muy largo como poderoso. Bajaba la mano arrastrando la muleta por la arena para que humillase el burel. El toro repetía sin cesar a cada cite del galo y buscaba poder alcanzar las telas, algo que no conseguía. Era una máquina de embestir. Tras una breve tanda igual de excelente con la mano derecha, se pasó de nuevo la pañosa para continuar toreando con la mano izquerda. La faena fue perfecta ya que estuvo estructurada y compactada: Un prometedor prólogo, un intenso argumento y un  sensacional epílogo. Así fue el soberbio inicio, ambas tandas por ambos pitones, el cierre de ayudados por bajo y la estocada. Dos rotundas orejas y la póstuma vuelta al toro en el arrastre.

Si hace poco escribí como David Mora triunfó con este hierro, Castella ha accedido a ese privilegiado grupo de matadores que se han enfrentado a esta ganadería que sólo es para toreros de verdad. Los que no pierden el tiempo o andan por las ramas pegando muletazos sin ton ni son. Jabatillo entró en la leyenda de Las Ventas. Cuando las cosas salen bien, se comenta que qué suerte tuvo el torero con ese toro y yo opino que es al revés. Ese toro de Alcurrucén tuvo la inmensa fortuna de caer en manos de Sebastián. Encastado y muy bravo, habría descubierto a más de uno. Y este fue el resultado. Un página de oro en la historia de Las Ventas.


Si Castella está donde está es por algo. Nadie le ha regalado nada. A la cima ha llegado a base de sangre, sudor y lágrimas. Madrid es su feudo y donde más le gusta torear. Esta faena fue la prueba de que Sebastián es máxima figura. Hace mucho que no recuerdo una faena tan bien realizada. Dijo Juan Belmonte aquella frase de "se torea como se es". Y es cierto. En Sebastián se aprecia a la perfección. Un hombre tranquilo, parco de palabra y alejado de los grandes focos mediáticos. Sobrio y recio, como su tauromaquia. Valiente y estoico, posee este francés aires manoletistas. Ya lo ha comentado en alguna ocasión. El torero cordobés es alguien a quien admira profundamente. Ojalá sea este año abundante en triunfos que hagan que Castella sea aún más grande.

Felicidades Maestro.




(Fotos: Las Ventas, Javier Arroyo y Cultoro)


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