lunes, 16 de diciembre de 2019

De Madrid al cielo.

Como el invierno se hace largo y salvo noticias insulsas o reseñas sobre como va la temporada al otro lado del oceáno, aprovecho para hablar de otra de las grandes tardes que he vivido en la plaza de Las Ventas.

Allá por el 2014 durante la feria de San Isidro, se celebró una corrida en la que actuaron David Mora, Jiménez Fortes y Antonio Nazaré. Los toros pertenecían al hierro toledano de El Ventorrillo. Los aficionados saben perfectamente a qué día me refiero: los tres toreros acabaron en la enfermería. El peor parado fue David. Se fue a la puerta de toriles a recibir a su oponente de rodillas y el toro que no hizo caso del engaño le arrolló y le asestó una puñalada de 30 centímetros en su pierna derecha y otra de 10 en su axila izquierda. Un caño de sangre brotó de la pierna. El terror se apoderó de todos los presentes. Fue llevado a las expertas manos de Don Máximo García Padrós y empezó un duro calvario que duró dos años. Una serie de infortunios hizo que en el segundo toro de la tarde la corrida fuese suspendida. Antonio y Saúl no fueron heridos de consideración y volvieron a los ruedos poco tiempo después.

Pasado ese tiempo y tras una exigente rehabilitación, el diestro toledano volvió a los ruedos. Y por supuesto le anunciaron en la feria más importante. El cartel fue de relumbrón pues le acompañaron Diego Urdiales y Roca Rey. Al romper el paseíllo Madrid sacó a saludar a un torero que estuvo a punto de perder la vida en esa arena. Y salió el segundo de la tarde de nombre Malagueño. Un soberbio toro que hizo soñar a David. La lidia durante los primeros tercios fue un engranaje perfecto porque la eficacia y buen hacer brilló entre sus hombres de plata. En el tercio de quites se picó nuestro protagonista con Roca Rey y los dos apostaron con el capote por la espalda. Por saltilleras Andrés y por gaoneras David. Se la jugaron los dos en ambos lances manteniéndose muy firmes debido a que arreciaba el fuerte viento. Picadores y banderilleros cuidaron e hicieron todo lo posible para que el toro llegara en las mejores condiciones a la faena de muleta.

Y tras agradecer a D. Máximo brindándole la muerte de ese toro, se fue a por Malagueño. Comenzó su faena con un pase cambiado a la altura de la primera raya y el toro le atropelló. Una fuerte voltereta que melló a David. Cambió el planteamiento y se dispuso a hacer unos estatuarios. Madrid estaba entregada. Después ligó varias series por ambos pitones templando las embestidas de aquel gran toro. Lo toreó. Lo cuajó a placer. Se le notaba a gusto y feliz. Rubricó la obra con una estocada y la plaza entera flameó sus pañuelos pidiendo las dos orejas. El presidente las concedió y premió a la res con la vuelta póstuma en el arrastre.

Después de tanto tiempo de dolor y sufrimiento, la gloria le esperaba. Aquel camino de espinas tuvo su recompensa. La grandeza de la Fiesta. Aquel toro fue de Alcurrucén. Siempre Alcurrucén. Una gran ganadería que cuando echa un toro bueno, es extraordinario. Y su matador estuvo a la altura. Los Lozano tenían guardado aquel burel para que David sintiese los olés de Las Ventas.

Salió el toledano a hombros en Madrid por segunda vez en su carrera. Olvidó los fantasmas de aquel infausto día. De Madrid al cielo, o eso dicen. David lo comprobó en sus propias carnes. De la tragedia a la gloria, pasando por Madrid.













(Fotos: Las Ventas y Javier Arroyo)

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