Enfrentarse en solitario a seis toros no es tarea sencilla, pues la dificultad de tal empresa exige una concentración total durante todo el festejo. Y hacerlo ante un hierro de este tipo, si cabe aún más. Las complicaciones que presenta el encaste Albaserrada hacen que muchos toreros duden ante estos animales (Ya lo dijo Dámaso Gómez: todos los toreros vacilan ante los victorinos). Por eso, un triunfo con esta ganadería, y aún más si se hace en solitario tiene mucho más valor: Andrés Vázquez, Niño de la Capea, Ruiz Miguel, Roberto Domínguez, Manuel Caballero, "El Cid"(por cierto, él y Emilio son de los poquísimos que lo han hecho en más de una ocasión), "El Capea"...
Unos pocos privilegiados saben lo que es tocar el cielo ante seis "victorinos".
Mientras Misterioso, Vergueto, Porteño, Verdadero, Escrupulillo y Verdadero aguardaban en corrales, Emilio que llegaba a la plaza vestido de obispo y oro, y tras cruzar el ruedo acompañado tanto de las cuadrillas como los sobresalientes que en esta ocasión fueron Álvaro de la Calle y Fernández Pineda, respondió a la fuerte ovación que le tributó la afición.
La tarde fue un compendio de la tauromaquia de Emilio. Manejó el capote con valor y precisión. Supo lidiar y acoplarse a las embestidas de cada uno de los toros. Como toma de contacto, dosificó el esfuerzo en el primer capítulo sabiendo que aún restaban cinco en los chiqueros. Firme el matador, se hizo con el toro en la faena de muleta y cerró la obra con un pinchazo.
El segundo capítulo del festejo tuvo como protagonista a un animal muy bien presentado pero rajado y flojo. La poca fuerza de éste condicionó la lidia. Se lució con el capote el de Torrejoncillo y epilogó el trasteo con un precioso manojo de muletazos rodilla en tierra. La plaza estaba con él. Emilio fulminó de una estocada y fue premiado con dos excesivos trofeos. Fue una faena acelerada y en la que abundaron los enganchones.
Tercer capítulo: Porteño. Encastado y fiero, propició una faena de cante grande. Emilio estuvo a la altura Fue este encuentro uno de los mejores momentos del festejo. "Cuajar un Victorino requiere poesía, valor y temple", eso dijo en una ocasión el gran albaceteño Dámaso González. Pues eso hizo Emilio. Bestia y hombre se acoplaron y ambos se engrandecieron. La bestia exprimió al hombre, y éste supo sacar todo lo que la bestia llevaba en sus 551 kilos de brava anatomía. Toreó con ritmo y despaciosidad las embestidas de aquel cornúpeta. Y se pasó el hombre a la bestia por la faja. Ajuste y acople en cada una de las series que realizó con ambas manos. Fue un faenón rotundo, macizo. De no fallar con el acero con la Tizona, habría cortado dos orejas de mucho peso. Todo quedó en una oreja para el hombre y una vuelta al ruedo para la bestia.
Así humilló Porteño.
Quedaban tres toros en los corrales de la preciosa plaza pucelana y Emilio seguía demostrando que aún seguía en plena forma para enfrentarse a los que saliese por el portón de los sustos.
Cuarto capítulo: Fue éste un animal que no regaló ni una embestida y por el izquierdo no quiso saber nada. Por lo que de esta manera, basó de Justo la faena en la mano diestra. Sacó Emilio agua de un pozo seco y le robó con mucha valentía un puñado de derechazos. El toro se quedaba en los tobillos y se revolvía con rapidez buscando querer coger al matador. No se alargó el hombre y concluyó la faena fallando con la espada: una estocada caída tras pinchazo.
Quinto capítulo: "El toro de Victorino llega hasta donde llegue el muletazo, no más allá" Luis Miguel Encabo dixit. Ya queda dicho que este encaste es muy especial. Su fiero y particular comportamiento en las telas exigen que los matadores den el doscientos por cien cuando están ante ellos. Ya lo dice el matador madrileño. Es un toro que obedece a los toques y sigue la muleta hasta donde diga el torero. Por eso los toques de muñeca para mover los avíos tienen que ser extremadamente precisos a la par que suaves. ¿Y por qué cuento esto? Por que este toro se revolvió con rapidez. Su casta puso emoción a una faena en la que Emilio tuvo que tirar de magisterio para dirigir y superar las oleadas de bravura de Verdadero. Otra de las particularidades de esta sangre es que no se suele dejar ligar las embestidas por lo que tras cada muletazo, el torero tiene que parar, colocarse y empezar el siguiente muletazo. Muchos detalles técnicos a tener en cuenta por toreros con conocimientos lidiadores y arrojo para superar estos ásperos comportamientos. No era la tonte del bote. Emilio, dando los muletazos de uno en uno, supo llevar a cabo la misión de torear a Verdadero y salió triunfante. Mató de una estocada y cortó otras dos orejas.
Sexto capítulo: Apagado y soso, no dio opciones. Cedió un quite a Álvaro de la Calle. Quiso intentar un último esfuerzo pero viendo lo descastado que era, abrevió. A pesar de este pequeño borrón como epílogo, acabó una encerrona en la que se cumplió lo que Ortega Cano opina sobre esta ganadería: "el espectáculo está asegurado con un Victorino".
Fue una tarde para el recuerdo por la disposición de Emilio, por su valor y conocimientos taurómacos. Con el capote lidió las embestidas de todos ellos y se lució en un manojo de verónicas y unas chicuelinas de mano muy baja. Su muleta fue un látigo. Con los vuelos de ella templó y mandó las acometidas de los seis grises animales. Y con el acero demostró una vez más que es uno de los grandes estoqueadores del escalafón. Entra matar por derecho, con rotundidad y mucha entrega. Finalizo dando mi ovación a las cuadrillas: vi grandes puyazos, enormes pares de banderillas (se desmonteraron Pérez Valcarce y Morenito de Arles) y alguna que otra soberbia brega (la de Juan José Domínguez). Los de plata estuvieron más que a la altura.
Llegó andando del hotel y volvió a hombros. Con cinco orejas fue en volandas hasta el hotel por las calles de la capital castellana.