jueves, 6 de octubre de 2022

Cantinillo honró al encaste Atanasio.

Torear en Madrid y cruzar su puerta grande es el sueño de todos los toreros. Empresa difícil pues es algo que no está al alcance de muchos. Son muchos los factores que deben reunirse para poder conseguirlo. Así le sucedió al protagonista de nuestro capítulo de hoy: Juan Bautista. Matador de toros francés que saboreó un triunfo en Las Ventas hace ya quince otoños. Retirado del toreo y actualmente empresario de algunas plazas allende los Pirineos y apoderado, goza del siguiente historial en la Villa y Corte: casi una treintena de tardes en las que consiguió un total de cuatro puertas grandes siendo una de ellas en su presentación de novillero en junio de 1999.

Juan Bautista

Su tarde más rotunda y es la que hoy nos ocupa fue su primera salida a hombros como matador de toros. Ha llovido, ya que nos vamos a remontar al año 2007. En una fresca tarde otoñal toreó con Miguel Abellán y Miguel Ángel Perera ante un encierro de El Puerto de San Lorenzo. 

Hablar de esta ganadería salmantina es hablar de un hierro que es clásico en Las Ventas. Su antigüedad data de abril de 1982. Suele lidiar varios encierros en esta plaza durante una misma temporada y los aficionados más avezados recordarán toros muy importantes. El que hoy quiero desempolvar se llamó Cantinillo.

Cantinillo fue un toro hondo, con mucha caja y muy serio, como es habitual en el encaste Atanasio-Lisardo. Salió en quinto lugar y en los primeros instantes de la lidia acusó las características de esta sangre. Huido y difícil, no se dejó torear con el capote. Los primeros lances de tanteo demostraron los primeros esbozos de la gran clase que atesoraba Cantinillo, pero claro, se requería un torero capaz de conseguir que el animal sacase esas virtudes. Ahí estaba Juan Bautista preparado para tal desafío. Y en los medios del platillo, este torero de Arlés toreó a la verónica y a cada pase el animal metía humillaba y buscaba con tesón los vuelos de la capa. Durante los primeros tercios no ocurrió nada reseñable.

Juan Bautista. Media

Pero la cosa cambió en el último tercio, vaya si cambió. Una vez que JB cogió muleta y espada, el toro lució su extraordinario comportamiento. Fue a más desde el primer muletazo. Pronto y repetidor, hizo que el francés emocionara a Madrid con su toreo. Lo citaba de largo y cual Talgo, el toro salmantino acudía a las telas del matador. Éste, encajado y asentado en la arena, crujió Madrid con varias tandas por cada pitón. Una de esas tandas con la mano izquierda fue soberbia. Madrid estaba en pie. Aquel animal no se cansaba de embestir. Cada serie de muletazos era rematada con diferentes suertes que el francés  realizaba con muchísima personalidad: los pases de trinchera, el desdén, el de la firma... Fue un trasteo breve, muy intenso y lleno de torería. Juan estuvo a la altura de tan gran toro. Templaba y mandaba sometiendo al animal con los vuelos de su muleta.

 Lo cuajó, como se dice en el argot. Quedaba el cierre, o sea, rubricar, completar la obra. Si José María Manzanares está catalogado como un soberbio estoqueador y un especialista en la suerte de recibir, Juan era otro cañón con la espada. Sus estocadas eran certeras. Y también era otro matador que la suerte de recibir la realizaba con una sensacional efectividad. Y así cerró el trasteo. Dejó la espada en lo alto y la hundió hasta la roja empuñadura. En cuanto el toro dobló, veinticuatro mil almas flamearon sus pañuelos. La dos orejas fueron rotundas. Por segunda vez en la historia de Las Ventas, un francés cruzó a hombros ese umbral mudéjar tras la que consiguió su paisano Sebastián Castella ese mismo año en el mes de mayo. Y no sólo fue premiado JB. Cantinillo fue despedido con una fortísima ovación mientras era arrastrado por las mulillas. Un toro para el recuerdo junto un bravo francés que supo lidiar con la casta de aquel Lisardo y rellenaron juntos otra página de oro en la historia de Las Ventas.


Juan Bautista. Natural


                                (Fotos: Juan Pelegrín)



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