Atisbamos los aficionados las buenas maneras del joven Pablo hace un tiempo en una novillada matinal en la localidad extremeña de Olivenza. Poco después, se presentó ante la cátedra venteña y confirmó aquello que demostró en la plaza oliventina. A partir de ahí fue creciendo como torero y puliendo su concepto hasta llegar a su alternativa en Sevilla y una posterior confirmación como matador de toros el pasado Otoño en Madrid en una faena de raza y valor ante los toros de Victoriano del Río. A lo largo de estos años ha embelesado a los aficionados más exigentes con ese toreo clásico y puro que no pasa de moda.
Llegó Aguado al Baratillo sabiendo que era una tarde excepcional y no podía fallar. Y no falló. Desde que abrió los vuelos de la capa, dictó una lección magistral de cómo se debe torear. Manejaba las telas con precisión y suavidad. Mecía la embestida llevando al toro cosido en la bamba del capote. La suerte cargada y el mentón hundido. La media verónica fue un monumento. Luego se entretuvo en torear por chicuelinas. La mano a media altura guiaba la acometida de la res y al salir el toro de la jurisdicción de su capote, giraba con esa gracia sevillana que pocos matadores poseen. Una vez cambiado el tercio, con la espada y la muleta se dispuso a empezar su obra. El inicio de la faena fue precioso. Fueron unos doblones a media altura con mucha torería. Siguieron unas tandas muy asentado y relajado. Con los flecos de la franela se ajustó al toro en un trasteo ceñido y muy ligado.
Guiaba la embestida del Jandilla cargando la pierna y llevando al toro hasta detrás de la cadera, donde moría el muletazo. Y en uno de los remates surgió un trincherazo de una belleza inigualable. Pablo tiene el gran don de torear muy bien de frente. Y quiso que lo paladeáramos. Rubricó sus dos obras con otras tantas estocadas. ¡Torero! ¡Torero! exclamaba la Maestranza cuando cruzó a hombros ese umbral llamado Puerta del Príncipe que da al río Guadalquivir con cuatro orejas en su esportón. Algo que no ocurría desde 2012 cuando lo consiguió José María Manzanares, y antes, en 2006 otro sevillano llamado Salvador Cortés logró tan impresionante proeza. Y los sevillanos salieron de la plaza toreando hacia el Real.
Breve y corta ha sido esta crónica, como la faena de Pablo. ¿Por qué? Porque no hacen faltan faenas de veinte minutos cuando con treinta muletazos puedes emocionar a doce mil almas. Eso es lo difícil de hacer y Aguado lo sabe hacer, y muy bien.
Pd: Pablo torea el 18 de mayo en Madrid. No se lo pierdan.
Un saludo a mis lectores.
(Fotos: Sara de la Fuente y Pagés)
No hay comentarios:
Publicar un comentario